Nuestra Península
estuvo ayuna de carreteras que la unieran a la ciudad de Coro y al resto del
país hasta la década de los años cincuenta, cuando las dos refinerías, Shell y Creole,
hicieron la carretera asfaltada y el acueducto para traer el agua de consumo
humano. Antes de esos años, nos fue más fácil comunicarnos vía marítima,
mediante goletas que partían del Puerto de Adícora, con las Antillas de Aruba,
Curazao, Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, lo que se lograba en apenas unas
horas con las Antillas cercanas, y de unos tres o cinco días con las más
lejanas, dependiendo de la velocidad del viento que impulsaba las velas; en
cambio, con Maracaibo, nos llevaba más de siete días, todo dependía que los
ríos permitieran el paso, por ser verano y tener poca corriente de agua, pues
si era época de lluvias y corrían tormentosamente, ello obligaba a esperar a
sus riberas no solo horas, sino días.
En síntesis, nuestra
Península era territorio aislado del resto del país. Nuestra población,
eminentemente rural, los paraguaneros, dedicados desde niños a las actividades
de la crianza de ganado menor y al cultivo de la madre tierra en las pocas o
escasas épocas de lluvias; las escuelas, como tales, no eran numerosas, es
probable que en toda la Península no alcanzaran a la docena y todas ellas con
apenas los primeros grados, si consideramos que los centros poblados eran
Tacuato, Santa Ana, Moruy, Buena Vista, Pueblo Nuevo, Adícora, El Hato, El
Vínculo, Los Taques y Punta Cardón, y ninguno de ellos llegaba a los dos mil
habitantes. Carirubana y lo que hoy conocemos como Punto Fijo, era apenas una
playa de pescadores con una población que no alcanzaba a las dos centenas de
personas, y fue así hasta el año 1926, cuando se inició la instalación de la
Mene Grande en lo que se conoció como Cerro Arriba, y se mantuvo con un poco
más de población que quizás alcanzó a las 400 personas hasta el año 1946,
cuando llegan las empresas Shell y Creole para construir las refinerías que sí
demandaron mucha mano de obra, llegando en su momento cúspide a la cifra
escandalosa de miles de hombres trabajando.
En ese ambiente
eminentemente rural y pueblerino, nuestra gente cultivó el lenguaje del pueblo
llano, en el cual numerosos vocablos sufrieron alteraciones en su estructura; a
algunos se le suprimieron letras en la primera sílaba, a otras en la última, a
algunas se les cambiaron letras, en fin, al lenguaje culto se le alteró en su
constitución para hacerlo accesible al pueblo que de oídas lo iba a hablar, mas
no a escribirlo, pues la mayoría de nuestra gente era analfabeta; y por otro
lado, los vasos comunicantes a través de los cuales había llegado ese lenguaje
eran los arrieros y marinos, los primeros que en un incesante caminar servían
no solo de transportistas sino también de mensajeros entre nuestra apartada
región y la ciudad de Santa Ana de Coro, que era el centro culto de nuestro estado,
y los segundos, que si bien se aventuraban a surcar el mar guiándose por las
estrellas, en su mayoría eran totalmente incapaces de leer una carta marina, es
más, nunca la habían visto, pero con todo y ello hacían viajes a lejanas
tierras y traían consigo no solo las mercaderías y mercancías que hacían falta
en nuestra región, sino también el vocabulario, claro, con todo y sus
imperfecciones, pues no podían aplicar reglas gramaticales que desconocían.
La mayoría de estos
vocablos son comunes en otras regiones del país, algunos de ellos solo se
escucharon en Falcón, y los menos son autóctonos de la Península. Existen
palabras que en nuestros pueblos tienen un sentido y en el resto del estado
otro, y se da el caso de que esa misma palabra, en el vecino estado Lara, tenga
otro significado y uno distinto en el estado Trujillo. El lector debe tomar en
cuenta que estos vocablos están escritos fonéticamente tal cual como lo
pronunciaban nuestra gente; que cuando digo nuestro pueblo, nuestra gente,
nuestros mayores, nuestros antepasados, nuestros abuelos, me refiero con mucho
orgullo al pueblo paraguanero en general, del cual provenimos la mayoría de los
que hoy vivimos aquí. En los anexos va a encontrar una serie de más de
doscientos refranes y decires del paraguanero de ayer, en los mismos se hace
presente el ingenio, inventiva e inteligencia del hombre inculto, ingenuo,
sencillo, que mediante la observación de la naturaleza que le rodea saca
lecciones para la vida dura, ruda e ingrata que le toca enfrentar.
Es proverbial que el
paraguanero, pese a su incultura académica, fue en el pasado una persona fiel
cumplidora de su palabra empeñada y más de los compromisos que adquiriese. Se
cuenta que hubo quien diera, como garantía o aval, un pelo de su bigote por un
compromiso u obligación que adquiría, y se cumplía al día y la hora convenida,
rescatando el pelo dado en garantía: hoy, ni con documento notariado; hubo
también a quienes les bastó la palabra, y ninguno faltó a su cumplimiento fiel
y exacto, tal como lo habían convenido.